A nivel global, las herramientas académicas disponibles en tiempos pretéritos imponían un lánguido enciclopedismo eurocentrista. Así, la historiografía del arte occidental en general, y de la acuarela en particular, elaboraban su andamiaje radicular desbalanceando múltiples méritos periféricos. En este siglo, la brutal aceleración de la era digital permitió estructuras rizomáticas en el acceso a la información, lo que dio cierta revancha a las estéticas periféricas y permitió puesta en valor de innumerables movimientos artísticos regionales. Es el caso de la maravillosa acuarela arequipeña.

Artículo original de Vladimir Merchensky publicado en tantatinta.com.

Si tomamos conciencia de la potente envergadura del patrimonio que hace más de medio siglo ostenta Arequipa en esta técnica, su reconocimiento cultural es ineludible. Para comprender profundamente su valía internacional y desarrollo endógeno debemos definir dos etiologías, una histórica y otra contemporánea.

Por un lado, esta región de Perú meridional cuenta con una tradición técnica de gran purismo que supo indagar tempranamente en las sofisticaciones más sutiles del lenguaje moderno. Aquellos primeros maestros del paisaje y el retrato impulsaron el dibujo propedéutico, fresco y sin abusos descriptivos, capaz de sostener una acuarela espontánea, de gran carga poética, apenas inteligible en su zona jerárquica y dueña de imponentes atmósferas. Así, estamos hoy en condiciones de incluir nombres como Luis Palao Berastain, Jorge Vinatea Reinoso y Alejandro Núñez Ureta en el mismo programa de estudio que contiene a Turner, Girtin, Wyeth y Sargent o incluso Kandinsky, O´Keefe y Klee.

Por otra parte, que la emblemática Escuela Nacional de Arte “Carlos Baca Flor” tenga en merecida jerarquía la técnica de la acuarela como título universitario es pilar de este fenómeno extraordinario. Gracias al trabajo profuso y sostenido de numerosos docentes de sólida trayectoria, dentro y fuera de la citada casa de estudios, estamos frente a una corriente viva y floreciente de reflexión artística que es, a su vez, un semillero de grandes talentos jóvenes del presente y porvenir.

El carácter interpretativo de los arequipeños

Aunque es torpe forzar una usanza unitaria para los artistas de esta región, hay algunos rasgos comunes evidentes, sostenidos en la práctica colectiva de la acuarela a cielo abierto. Todavía anclada en la figuración documental, su discurso visual enuncia una intensa pulsión naturalista donde el autor está hondamente involucrado con su paisaje y tiene un conocimiento sensible profundo, propio de quien habita la tierra.

Uno de los maestros mayores ya nombrado, Luis Palao, supo nutrir la obra en las cercanas expresiones rupestres de Sumbay, donde vicuñas y guanacos que vivieron seis mil años atrás hoy habitan hermosas paredes de piedra. Con esta herencia, los sienas y cobaltos de Arequipa despliegan una imaginería de breves casas de adobe, la dignidad de sus gentes humildes, su ganado, sembríos y apechusques propios del mundo campesino, acompañados a veces de un amplio silencio de misterio como testimonio unívoco de la belleza universal.